Aquella noche de verano fría, se sintió especial desde el minuto cero.

La anticipación nos había golpeado desde el momento en que nos habíamos montado en la furgoneta horas antes, y el viaje, aunque corto, nos había trasladado a un espacio-tiempo paralelo.

Sabíamos cuando iba a terminar la música, pero no había fecha de vuelta a casa, y esto nos instaló en una utopía que se sentía tan real, que era difícil obviarla.

Entre aquellos cuerpos libres, después de horas bailando en esa catarsis de amor colectivo, te vi.

Él, Ella, Elle…ni siquiera me lo pregunté, sólo quise vivir en la salvaje libertad de aquellos segundos, en los que nuestras miradas se cruzaron.

Palabras, sonrisas y la complicidad de aquelles, que se saben barricada, hogar y revolución.

En ese momento supe que me quedaría a vivir en tu corazón, aunque mi cuerpo vagara por otros mundos, porque no podía amar de otra manera a alguien que era la muestra corpórea de que había tocado la libertad con mis manos aquella noche.

En aquel abrazo de libertad, hubiera querido luchar contigo hasta el final de los días.

En aquella acogedora anarquía sentimental me hubiera quedado sentada de piernas cruzadas sabiendo que podía cuestionar todo lo que había vivido hasta ese momento en silenciosa meditación.

Mirar a los ojos a la libertad, siempre se siente como la primera vez.

Salvaje

 

Verónica