Por Alejandro Gracia Di Rienzo
26 de septiembre de 2524.
Nuestros últimos viajes me han llevado lejos y hace bastante que no te escribo. Hace una semana hemos aterrizado en una pequeña ciudad balneario en Kepler-438b. Las vistas desde la nave han sido sobrecogedoras. A medida que descendíamos se hacían nítidos, poco a poco, los colosales cañones y desfiladeros donde se establecieron las primeras colectividades del planeta.
Cómo no, lo primero que he hecho ha sido visitar las librerías. Sé que te fascinan las antiguallas prerrevolucionarias, y esta vez he encontrado un pequeño tesoro: una Historia del movimiento obrero escrita por un terrícola de finales del siglo XXI ¡Me pregunto por cuántas manos habrá pasado hasta llegar aquí!
Hay un pasaje interesante en el tercer capítulo que me ha traído algunos recuerdos. El autor señala lo elementales que en su época sonaban muchas de las reivindicaciones de los antiguos libertarios del XX. La defensa del amor libre le enternece especialmente. Dice: “hoy en día ni siquiera usamos el término ‘amor libre’. Muchxs se imaginarán que se refiere a algún tipo especial de relación abierta cuando, en realidad, es la manera en que la mayoría entiende actualmente las relaciones sexoafectivas. De hecho, es probable que incluso esa manera de ver las cosas nos resulte hoy insuficientemente avanzada. Pero fue una idea que en su día se pintó como muy revolucionaria, incluso destructiva para el orden familiar existente. Y es que usamos neologismos para nombrar las cosas nuevas, las que nadie ha pensado antes o las que se están empezando a entender. Nadie necesita un término especial para hablar de lo que es tan cotidiano que su existencia pasa completamente inadvertida”.
¿Recuerdas que esto mismo comentábamos tú y yo hace tres años cuando aprendimos la palabra “anarquía”?
Salud,
R.