Por José Luís Alonso


Mi apariencia te atemoriza. Lo sé. No estás acostumbrado a sentir miedo. Los de tu calaña sois más de provocarlo. Te refugias en tu fe porque piensas que soy el Demonio. Te equivocas. Tampoco existe el Dios al que rezas. Por muy obispo que seas, nadie responderá a tus plegarias. No obstante, como no quiero que mueras en la ignorancia, te contaré quién soy.

Si tuviera cuerpo, sería el de aquellos que sufrieron la cárcel y las torturas por desafiar el orden establecido.

Si tuviera cerebro, albergaría la memoria colectiva del pueblo que se negó a vivir explotado.

Si tuviera venas, por ellas correría la sangre de quienes la derramaron por la libertad.

Si tuviera ojos, de ellos brotarían las lágrimas de las viudas y huérfanos que dejasteis a vuestro paso.

Si tuviera piel, mostraría la palidez de quienes padecieron jornadas interminables en las fábricas, o estaría cuarteada y sudorosa, encallecida en las manos, como la de los campesinos que trabajaban bajo un sol de justicia.

Si tuviera carne, estaría carbonizada como la de las miles de mujeres que quemasteis en vuestras hogueras, o mostraría los daños sufridos por los niños y niñas que profanáis impunemente.

Y si tuviera corazón, latiría al unísono con el de todas aquellas personas que han luchado, luchan o lucharán contra toda autoridad.

Yo soy hijo de vuestros enemigos, nacido del dolor y la rabia de quienes creíais vencidos y olvidados.

Yo soy el pasado que quisisteis borrar y que ahora regresa para saldar cuentas pendientes.

No gimotees. Tus lamentos y súplicas no me van a conmover. Todavía me queda mucho trabajo por hacer. Voy despacio, pero sin pausa. Tu nombre no es el primero de mi lista y, ni mucho menos, el último.