Por Tatoo_Circus
¡Mónica! Prepárate, tienes visita – me gritó una voz al otro de la cancela.
¿Cómo?, no puede ser –pensé en silencio y pasé de la incredulidad a la ira en muy pocos segundos. Si hablé con la familia el martes, con gente de la cuadrilla el miércoles y nadie me dijo que podría venir en esta semana. Además, el talego está lejos de casa y venir a verme les resulta complicado -me digo de nuevo en un intento de autoconvencimiento. ¿Será una artimaña de las carceleras para reírse a mi costa un rato? -reflexioné en la incredulidad.
Sea como sea, a los pocos segundos me incorporo de un salto y me visto como un rayo. Allá que voy, no tengo nada que perder. Solo imaginar una visita que no esperaba me esboza una sonrisa. Al poco recorremos los asépticos y grises pasillos que nos separan de la sala de visitas. Mientras tanto, hago un repaso mental.
A mi padre le operaron la semana pasada y la operación ha sido todo un éxito. Sin embargo, no va a poder conducir por un tiempo. Se está haciendo mayor y son más de 300km los que nos separan. Mi madre no conduce, y mi hermano que sí tiene el carnet, lo que no tiene es tiempo. Con el maldito trabajo a turnos, los pocos fines de semana que libra, hace las mil y una virguerías para venir y traer a los papás. Entre otras cosas, porque en esta cárcel solo hay visitas en fin de semana. Hace meses que lo dejé con mi pareja. Mantener una relación en estas condiciones me resulta un poco complicado -y, pensamiento tras pensamiento, siento que me voy viniendo abajo.
En la cuadrilla estamos en las mismas – me digo internamente. El tiempo va enfriando las relaciones. No todo el mundo tiene carnet y la situación económica ahí fuera es cada vez más agobiante. Bueno, aun así, necesito las dos manos para contar a todas las personas que me visitan. Además, cartas recibo muchas. Eso me reconforta. Solo de apreciar la fortuna que tengo mi corazón se acelera. Media sonrisa asoma en mi boca y suspiro con resignación.
¡Fíjate, cómo son las cosas!,- y me sorprendo hablándome en silencio. Yo que no había mandado una carta en la vida y ahora son de mis mejores amigas. Aliadas ellas para alejarme de la soledad, del abismo y de la nada. Esa nada a la que te acostumbras a mirar cara a cara aquí adentro.
¡Espabila escoria!, ¡despierta! El tuyo es el 26 y tienes 50 minutos. -me grita la funcionaria de turno. ¡Espabila! Parece que no seré hoy su juguete roto, será verdad que tengo visita -pensé. Me sé la sala de memoria, mientras me dirijo mecánicamente para allí, con la vista recorro rápidamente la distancia que nos separa y adivino unas siluetas conocidas. Allí esta mi madre, junto a una silla de ruedas, en la que señor calvo y con bigote me sonríe. Por un momento dudo, mi padre no suele sonreír, pero sí, no hay fallo que es él. A su lado están el punky y Leyre, dos de mis incondicionales. Hacía ya un par de meses que no venían, como a todo el maldito mundo, la crisis y la inflación les están ahogando.
Mi alegría va en aumento. Han acordado partirse la visita. Después de que mi padre me ponga al día de su operación, me quedo con las colegas.
– ¿Cómo es que habéis podido venir?, ¿no andáis con el agua al cuello?, -les pregunté curiosa.
– Sí lo estamos, como todo el mundo. Sin embargo, a partir de ahora vas a tener visita todas las semanas, al menos hasta final de año y vamos a poder ingresarte algo más de peculio, 150 mensuales.
– ¿Y eso?, ¿cómo ‚ quién? Es mucho dinero -respondí incrédula.
Ellos se cruzaron miradas cómplices y en sus ojos atisbé una chispa de compañerismo del que hacía mucho tiempo que no disfrutaba.
– No estás sola – escuché. La segura, cariñosa y dulce voz de Leyre me cantó mientras apoyaba sus manos en la cristalera del locutorio y ahí pude leer “Tattoo Circus”.