Por José Luis Alonso
Dándole vueltas al último contrato, aquel que le cambiaría la vida, decidió ir andando a la oficina. Hacía una mañana magnífica, acorde con su estado de ánimo. Caminaba como si flotara sobre la acera, libre al fin del peso de las deudas, los fracasos y las malas decisiones que lo estaban hundiendo en la miseria. Solo el escozor del corte que se había hecho en el dedo para firmar el contrato con su sangre le recordó que esa sensación de ingravidez, de sentirse vacío, hueco, se debía, en realidad, a la ausencia del alma que le acababa de vender al Diablo.